Tara estaba
comprobando la cartelera. Había una película que le llamaba bastante la
atención, y recordó que el tráiler le había parecido muy interesante, pues se
trataba de una mujer que se iba cargando a los tíos por una cuestión de
venganza. Podía parecer la típica película, pero siempre le habían gustado las
mujeres fuertes e independientes.
Sonia todavía no había llegado y tampoco le cogía el teléfono. Tara estaba un poco nerviosa porque faltaba menos de media hora para que empezara la película, aunque, pensándolo bien, tampoco le importaba mucho no verla. A su amiga solían gustarle las romanticonas, y aunque ella no tenía nada en contra de ese género, esta en concreto tenía pinta de ser bastante dramática. No sabía por qué se empeñaban en hacer películas así, ¿qué tenía de bonito que al final se separaran o que los protagonistas lo pasaran fatal? Bastantes cosas malas había en la vida real como para verlas también en el cine.
Sonia todavía no había llegado y tampoco le cogía el teléfono. Tara estaba un poco nerviosa porque faltaba menos de media hora para que empezara la película, aunque, pensándolo bien, tampoco le importaba mucho no verla. A su amiga solían gustarle las romanticonas, y aunque ella no tenía nada en contra de ese género, esta en concreto tenía pinta de ser bastante dramática. No sabía por qué se empeñaban en hacer películas así, ¿qué tenía de bonito que al final se separaran o que los protagonistas lo pasaran fatal? Bastantes cosas malas había en la vida real como para verlas también en el cine.
—Tara,
el muy cabrón de mi jefe me ha dicho que me tengo que quedar a trabajar hasta
el cierre, hay demasiada gente en el bar. No he podido llamarte hasta ahora.
—La voz de Sonia sonaba bastante cabreada.
—Será
capullo, siempre te hace lo mismo. Estoy deseando que lo mandes a la mierda.
—Te
puedo asegurar que en mi mente está rebozado en ella. —Tara se rio.
—Bueno,
no te preocupes, quedamos otro día para ver la película.
—¿Vas
a esperar para verla conmigo?
—Sí,
cogeré algo para cenar y me iré a casa.
—Siento
no haberte llamado antes, me lo ha dicho a última hora y después el muy capullo
no me quitaba el ojo de encima. Pero en fin, tal como están las cosas no puedo
permitirme dejar este trabajo.
—Lo
entiendo, vuelve a trabajar, no vaya a ser que te diga algo. Un besazo, mañana
hablamos.
Ya era
tarde, tenían pensado ir a la sesión de las once y media. Al trabajar en un
bar, su amiga casi siempre salía de noche. Volvió a fijarse en la película que
le gustaba, comenzaba en veinticinco minutos. No había mucha gente a esas
horas, era viernes y en agosto Madrid estaba medio vacío. Se disponía a
marcharse, pero lo pensó mejor. Nunca había ido al cine ella sola, pero no le
apetecía volver a casa y, al fin y al cabo, iba a hacer lo mismo: ponerse el
pijama, cenar algo y ver una película.
Se
decidió y, sin pensarlo más, se fue hacia la taquilla. Había dos personas
delante de ella; mientras estaba buscando el monedero en el bolso se sintió
observada y notó un cosquilleo en la nuca. Cuando encontró el monedero, se
volvió y se quedó paralizada.
Detrás
de ella estaba el hombre más atractivo que había visto nunca: alto, fuerte, y
con los ojos profundamente oscuros e intensos. Él la miró fijamente y un brillo
extraño se reflejó en sus ojos. Un escalofrío la atravesó, pero no era miedo.
Deseo…, sí, eso fue lo que sintió. Se dio la vuelta de nuevo.
La
chica de la taquilla le estaba hablando, Tara se dio cuenta y volvió en sí. Le
dijo la película que quería ver. Seguía sintiendo su presencia detrás de ella,
cada vez estaba más nerviosa y no entendía el motivo.
—Nueve
euros —reclamó la taquillera.
«Madre
mía, nueve euros. Me habría salido más barato ver la película en casa»,
reflexionó Tara.
Cogió
la entrada y siguió andando hacia el cine. Se moría de ganas de volverse a
mirarlo, pero no debía hacerlo, así que prosiguió. Le dio la entrada al chico
de la puerta y avanzó por el largo pasillo. No desaparecía esa inquietud de su
cuerpo.
La
sala estaba medio vacía. Solo había dos parejas en las primeras filas, unos en
el lado derecho del cine y otros en el centro. Desde que había visto a ese
hombre tan atractivo se sentía cada vez más nerviosa e intranquila. Respiró
profundamente y buscó su asiento; estaba centrado, en la fila nueve de
quince que había. El aire acondicionado esta vez estaba perfecto y no hacía
mucho frío. Llevaba un corto vestido de tirantes, un poco suelto por abajo y
ajustado en el pecho. A Tara le gustaba porque era muy cómodo.
Cuando
se sentó comenzó a sentirse más tranquila, no estaba sola en la sala y le
apetecía mucho ver la película. De repente lo vio entrar. El corazón le retumbó
fuerte y duro contra el pecho. Él comprobó su entrada y lentamente subió las
escaleras. «Dios mío». Era alto y tenía un cuerpo increíble, llevaba unos
vaqueros ajustados y una camiseta negra que dejaba ver sus brazos, fuertes y
musculosos. Se imaginó rodeada por esos brazos y una sacudida de placer fue
directa a la parte inferior de su cuerpo. «Para, estás fatal», se regañó a sí
misma.
Siguió
subiendo y se detuvo en la fila donde estaba sentada Tara, la miró y comenzó a
andar hacia ella. «No me jodas que se va a sentar donde estoy yo, ¡pero si el
cine está vacío!», se sorprendió cada vez más agitada. Llegó donde estaba ella
y Tara se levantó para dejarle pasar. Él clavó de nuevo los ojos en los suyos.
Parecía que la estaba desnudando con aquella penetrante mirada, y en ese breve
instante sintió lo grande y masculino que era. El espacio se le hizo demasiado
pequeño y los cuerpos se rozaron. Tembló de excitación al sentir su
presencia, su mirada, su roce.
Se
volvió a sentar, él comprobó de nuevo la entrada y dejó dos asientos de
distancia entre los dos. Tara liberó el aire de sus pulmones, que sin
darse cuenta había retenido por la tensión. Él volvió a levantarse y se sentó
justo a su lado. La miró y se inclinó hacia ella.
—Este
es mi asiento. —Le enseño la entrada para que viera el número: era justo el
siguiente al suyo. No podía hablar, se había quedado con la boca abierta por la
voz tan masculina que tenía. «Tara, di algo, so imbécil», se recriminó.
—No
hay problema, si te molesto me cambiaré de sitio.
No
entiendo cómo nos han dado dos asientos seguidos cuando el cine está casi
vacío. —Se iba a levantar y él la detuvo agarrándola suavemente del brazo.
Sintió el calor de su mano sobre la piel. Seguía mirándola intensamente, y Tara
notó que su cuerpo se volvía a estremecer.
—A mí
no me molestas. —Aquella voz ronca y profunda la excitó de nuevo—. Podemos ver
la película juntos.
Una
perezosa sonrisa perfiló sus labios y en ese momento se apagaron las luces de
la sala. Ese cruce de miradas la estaba matando. Finalmente, cuando los
envolvió la oscuridad, encontró el poco valor que tenía. Tara asintió y él
apartó la mano del brazo. Los tráileres comenzaron, aunque ella no atendía a
nada, pues no podía dejar de preguntarse qué narices estaba haciendo. Tendría
que haberse cambiado de asiento, pero ese hombre la atraía de una forma
primaria, extraña y desbordante. Quería seguir sintiendo aquello.
La
película comenzó, y seguía sin poder concentrarse. Sentía demasiado su
presencia. Y su olor... era exquisito, hacía que quisiera comérselo, devorarlo
y besarlo. Por un instante él puso el brazo al lado del suyo, rozándole,
piel contra piel. De nuevo el calor se extendió por todo su cuerpo. Sintió la
humedad crecer entre sus piernas.
Apareció
la protagonista duchándose, se podía ver su escultural cuerpo, bronceado y
perfecto. Un hombre entraba con ella en la ducha y se empezaban a tocar, a
besarse. Esto no estaba ayudando, todo lo contrario. El ambiente cada vez se
tornaba más asfixiante, tanto dentro como fuera de la pantalla. «¿Estará
sintiendo él lo mismo que yo?», se preguntó Tara. Pronto lo sabría...
Los
masculinos dedos se acercaron a su mano, la rozó suavemente con uno de ellos y
Tara lo miró. Él seguía con la vista al frente, aparentemente atento a la
película, como si no estuviera ocurriendo nada entre los dos. Volvió a mirar la
pantalla. La protagonista estaba ahora medio desnuda, luchando con varios
hombres, dándoles una buena paliza.
Él
comenzó a acariciarle los dedos, e increíblemente todo su cuerpo estalló en
llamas. En ese momento, el aire acondicionado ya no le parecía tan perfecto,
tenía demasiado calor. Se preguntó qué estaba haciendo. ¿Era eso lo que se
suponía que hacían algunas personas, incluso sin conocerse? Nunca había hecho
algo así. Al menos en una discoteca hablabas un rato, decías tu nombre. Pero
todo eso era nuevo para ella, y francamente le daba igual, solo quería seguir
sintiendo aquello, algo que nunca, con ningún otro hombre, había logrado
sentir. Jamás nadie había despertado sus instintos más ocultos con una simple
mirada, con el roce de su mano, su olor, su voz...
La
respiración de Tara se agitaba por momentos. Lo miró, a él también se le notaba
cada vez más excitado y respirando con dificultad; su pecho ascendía y bajaba
cada vez con mayor rapidez. El hombre le soltó la mano y la apoyó en su muslo.
Tara se tensó. Él se quedó quieto, sin moverse, parecía que estaba esperando su
aprobación. Dios mío, quería que subiera esa mano hacia donde más anhelaba ser
tocada por él.
Debería
estar pensando en las consecuencias, pero se estaba dejando llevar. Quería
sentirse como la protagonista de la película: fuerte, valiente, una mujer a la
que no le importaba nada. Quería vivir el presente, ese momento, ese intenso
instante. Él comenzó a deslizar la mano por el suave muslo, subiendo muy
despacio. Se lo permitió, pero él se detuvo justo al llegar al borde del tanga.
La proximidad la alteró y se preguntó a qué estaba esperando, por qué no continuaba;
por un momento pensó que el desconocido pararía, que se detendría en ese punto.
Damyan
la había visto mirando la cartelera, y había pensado que seguramente estaba
esperando a alguien. Le pareció un bombón que necesitaba saborear. Llevaba el
pelo suelto y largo, le llegaba hasta la cintura; el vestido se le ajustaba en
el pecho y la hacía extremadamente sensual. Se había excitado solo con verla.
La llamaron por teléfono y Damyan adivinó por su expresión que le acababan de
dar plantón. Vio que dudaba, no sabía si quedarse o irse y se alegró al ver que
finalmente había decidido quedarse e iba a entrar sola en el cine. En el mismo
instante en que ella lo miró, supo que iba a hacerla suya. Escuchó cuando pidió
la entrada que iba a ver la misma película que él y no pudo evitar preguntarle
a la taquillera qué asiento le había dado para sentarse justo a su lado.
Ahora
estaba allí, empalmado como nunca y a punto de tocarla en su zona más íntima.
Le había dejado llegar hasta ahí y no se lo podía creer. No pensaba hacer
nada en el cine, tenía pensado invitarla a tomar algo después de la película,
pero al sentarse junto a ella y rozarla, un instinto primitivo y salvaje lo
atacó. Quería besarla, era tan suave... Apartó lentamente el tanga con uno de
los dedos y logró tocarla; estaba muy húmeda y más que preparada. Dios mío,
estaba tan excitada como él.
Escuchó
que contenía un gemido y se excitó aún más, estaba perdiendo el control. Sintió
la suave humedad entre sus dedos, el clítoris se había agrandado por su deseo. Sin
previo aviso le metió un dedo, y vio cómo ella se agarraba al asiento con más
fuerza mientras un pequeño gemido brotaba de sus labios. En el aquel instante
ella deslizó la mano en su pantalón, comenzó a desabrocharle el botón y le bajó
la cremallera.
—Sí...
libérame —dijo excitado.
Metió
la mano por sus pantalones. Damyan la ayudó con la otra mano para que pudiera
acceder fácilmente a toda su erecta longitud. Por un momento dejaron de
tocarse y se miraron. Necesitaban más. Él intentó apartar el brazo del asiento
y, afortunadamente, se podía levantar. Ahora no tenían nada que les impidiera
tocarse. Miró hacia las parejas que estaban concentradas en la película: apenas
los podía ver. Se fue acercando hacia ella, la cogió del cuello con la mano y
la acercó a sus labios. La besó suavemente, pero al instante comenzó a hacerlo
de forma pasional, con necesidad, quería devorarla.
Tara
pensaba que se iba a desmayar de placer. Sabía tan bien… quería desnudarlo, que
la hiciera suya en ese instante. Ya no pudieron pensar, ella levanto el brazo
del otro asiento, mientras él la tumbaba y se ponía encima. Metió las manos
entre sus muslos y le bajó el tanga. Comenzó a besarle el cuello, bajando hacia
su hombro; le bajó el tirante y la mordió, y siguió deslizando los labios hasta
su pecho. Le apartó el vestido y desabrochó el sujetador. Con gran habilidad,
ella se lo sacó y lo tiró al suelo. Empezó a lamerle los pezones, los mimó y
succionó con fuerza. Ambos jadeaban entre murmullos.
Él
deslizo la mano por su muslo, subiendo hasta el culo, que acarició con
avidez y extremada pericia. Ella tocaba su espalda, fornida y ancha. Era
fibroso y duro. Se apartó y vio que se sacaba un preservativo del pantalón. En
ese momento algo le hizo pensar en lo que estaba haciendo, pero antes de que
pudiera arrepentirse él ya se había vuelto a colocar encima de ella. La estaba
poseyendo de nuevo, adueñándose de su boca de forma ardiente y pasional.
La
miró a los ojos y vio la lujuria reflejada en ellos. Tara sintió que se hundía
en su interior, abriéndola con su grueso pene, ensanchándola. Todas las
terminaciones nerviosas de su cuerpo respondieron a ese deseo que iba en
aumento. Quería gritar. Él sintió cómo su estrechez abrazaba su erección,
húmeda y caliente. La empezó a embestir suave, lento; quería
controlarse, pero era complicado. Ella le clavó las uñas en la espalda por el
intenso placer que estaba sintiendo.
—Más...
—suplicó Tara, con la respiración entrecortada.
—Joder,
nena, no puedo parar —confesó Damyan.
Perdió
el poco control que le quedaba, quería poseerla, duro y profundo. Hacerle arder
de placer. Quería que no acabara nunca. Empezó a penetrarla más rápido, dentro,
fuera, dentro, fuera. Vio cómo sus pechos subían y bajaban y los tensos pezones
estaban deseosos de ser tocados. Se los volvió a chupar y los mordió. Tara se
puso un dedo entre los dientes para no gritar. Sentía que el orgasmo le
iba a llegar fuerte e intenso.
—Córrete
para mí, preciosa.
Tara
sintió que la golpeaba el placer por todo el cuerpo. Tembló y él la besó profundamente
haciendo que los gemidos se perdieran dentro de su boca. Se corrió dentro de
ella. Había sido el momento más abrasador e impulsivo que era capaz de recodar.
Damyan
la observó, todavía tenían la respiración agitada. Se miraron a los ojos y él
le acarició el cuello.
—Aún
no he acabado contigo... —le dijo con una maliciosa sonrisa en los labios.
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Nº 1401289954418
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