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domingo, 23 de agosto de 2015

Una voz, un cuadro y un destino

 
  Se enderezó y un pinchazo en el cuello le avisó que era hora de descansar. Cuando pintaba se introducía tanto en el cuadro que se olvidaba de comer, beber e incluso dormir. No existía para nadie, era su momento de creación. Desde pequeña tuvo mucha imaginación y la mayoría de sus dibujos eran de criaturas extrañas que aparecían en su cabeza. Sus padres siempre le dijeron que no paraba de contar fantasías, sin embargo, a ella le encantaban las imágenes que venían a su mente para después poder transformarlas en el lienzo.
     Desde hacía varios meses, tenía sueños muy extraños. Una misteriosa voz la llamaba cuando dormía, no dejaba de repetir su nombre y cada vez la oía más cerca. La primera vez que la escuchó estaba sentada en una gran fuente observando el agua y en el fondo había varias monedas que se transformaban en pequeños pececillos. Las gotas que salpicaban se convertían en su flor favorita, la que había creado en su mente desde niña; margaritas, pero cada pétalo era de un color distinto formando el arco iris.

     Iba a coger una, pero detrás de ella un suave susurro la estremeció.
—Ivy, como me gustaría tocarte...

     Se tensó y antes de lograr darse la vuelta, se despertó. Al principio no le dio mucha importancia, pero cada noche aparecía en todos los sueños que tenía; corriendo a través de la lluvia, volando al ras de las personas, cayendo al vacío, pero lo que más se repetía era aquella voz a través de la niebla y ella intentando acercarse. No lo conseguía, porque incluso cuando lograba que la niebla se disipase no había nadie allí. Se despertaba cada vez más nerviosa, frustrada, sintiendo que tenía que hacer algo pero no sabía el qué. 

     Echó un vistazo al cuadro a la vez que se masajeaba la dolorida nuca, ya casi lo tenía terminado. Lo que más le había costado era el retrato de aquel hombre, no era capaz de decidir de qué color plasmar sus ojos. Estaba de pie, inmóvil, las hojas del otoño volaban entre sus pies, la bufanda y su abrigo se ladeaba debido al viento. El pelo lo tenía alborotado y la cara mirando al frente, parecía que algo le llamaba la atención porque lo observaba fijamente. Por un instante fantaseó con ese hombre. ¿A quién estaba mirando? ¿De dónde era? ¿Cómo se llamaba? Todo en él era misterioso, igual que la persona que le había encargado el cuadro.

     Era la primera vez que le pedían un cuadro personalizado. Todavía recordaba aquella llamada, esa voz que la inquietó y le pareció especialmente atractiva. Le dijo que había conocido sus obras en la exposición que hizo en la pequeña galería de la zona centro de Montpelier. Nunca antes había expuesto su material y se entusiasmó al ver que había conseguido a un cliente gracias a eso. Al día siguiente recibió la llamada de aquel hombre, Michael. Recordaba sus palabras: «Quiero que hagas un dibujo para mí, pero hay unas condiciones que tendrás que cumplir».

     No le pareció raro que le pusiera varios requisitos, lo extraño fue la manera de decirlo, aunque no quiso pensar mucho en ello y se emocionó, era su primer cliente y tenía una buena oportunidad de demostrar su trabajo. Se pusieron de acuerdo con los honorarios y cuando ya iba a aceptar, Michael le indicó esas condiciones; la primera, que lo tendría que terminar en dos meses como máximo, si tardaba más no lo querría. Lo segundo, que en el dibujo debía aparecer solo un personaje, un hombre, y tenía que estar ambientado en la estación de otoño. Y por último, cuando el cuadro estuviera acabado, ella tendría que entregárselo donde él conviniera. 

     Ivy estuvo de acuerdo, aunque ese hombre le parecía cada vez más extraño y misterioso, hasta su tono de voz era inquietante. Se convenció de que no tenía nada que perder y, aunque era un trabajo distinto a los que solía hacer, aceptó.
     Cuanto más trabajaba en el cuadro, más cosas extrañas ocurrían a su alrededor, se sentía vigilada, no sabía decir por qué, aunque no creía que estuviera en peligro, todo lo contrario, parecía que había alguien protegiéndola. Se consideraba muy detallista y ordenada en su trabajo, sin embargo, con el resto de cosas era un desastre, solía tener todo revuelto, era demasiado despistada y siempre iba corriendo de un lado a otro. 

     Una mañana, fue a cruzar la carretera mientras miraba al móvil aunque creía que el semáforo estaba en verde, escuchó a alguien a su lado que la advertía; ¡Cuidado! Se paró en seco y un coche le pasó rozando a la vez que pitaba con el claxon. El corazón le latía tan fuerte que pensaba que se le iba a salir del pecho, miró al lado derecho para dar las gracias al desconocido que la había avisado, pero no vio a nadie. 

     Ya habían pasado varias semanas, casi lo tenía terminado. Siempre que comenzaba un dibujo, cuidaba mucho elegir el enfoque, la ambientación, la tonalidad general. Le gustaba pintar al óleo, la riqueza de colorido con esa técnica, no la conseguían ni las acuarelas ni los acrílicos. En ese momento también estaban en otoño, por lo que paseaba por distintos parques haciendo fotos para que la idea se plasmara mejor en su cabeza, aunque de nuevo notaba que alguien la guiaba para encontrar lo que buscaba y supiera que tenía que transmitir en el lienzo. 

     Los sueños se sucedían, cada vez eran más intensos, igual que esa voz que la acosaba, parecía hacerlo tanto en el mundo onírico como en el real. A lo mejor solo eran imaginaciones suyas, sin embargo, su intuición le decía lo contrario.
     Ivy miró el reloj y se dio cuenta que llegaría tarde al cumpleaños de Carla, una de sus mejores amigas, las tenía abandonadas, cuando estaba con un cuadro la pintura se convertía en su vida y se olvidaba del mundo real. 

     Se dio una buena ducha, salió del baño, fue a la habitación con el cuerpo envuelto en una toalla y el pelo recogido con una pinza. Se dirigió al armario para ver que se ponía, se decidió por una falda vaquera y una camiseta blanca ajustada, no le apetecía arreglarse mucho. Se agachó para abrir uno de los cajones y se sobresaltó al escuchar un fuerte ruido cerca de la cama, miró hacia atrás, pero no vio nada, se acercó despacio. Al principio pensaba que se había caído algo al suelo, sin embargo, no veía nada en él. 

     Afortunadamente no podría haber nadie debajo de la cama. Excepto el estudio, toda la casa tenía una decoración estilo Zen, la cama estaba al ras del suelo junto con las mesitas de madera a los lados. Fue de nuevo hacia el armario, cogió la ropa interior y se quitó la toalla. Se quedó desnuda delante del espejo situado en la puerta y volvió a mirar hacia atrás. 

     Estaba inquieta, la sensación de sentirse observada nunca había sido tan fuerte. Se puso rápidamente el sujetador y el tanga negro, como si alguien fuera a descubrirla sin ropa, se sentó en la cama y empezó a ponerse las medias, y entonces se quedó quieta; notó una presencia detrás de su espalda, tan próxima, que juraría que si se movía la tocaría. Se le erizó el cabello quedándose paralizada, miró hacia atrás y no había nadie, aunque estaba segura de que no estaba sola. «Estás tonta y paranoica Ivy, necesitas tomar aire fresco, esto tiene que terminar», se regañó a sí misma.

     Cogió despacio la falda y cuando se la iba a poner, percibió un aire cálido en el cuello, como si alguien estuviera respirando cerca de su piel. Sintió un escalofrío y se dio la vuelta. Estaba sola. El corazón le latía a mil por hora, se vistió a toda prisa, se maquilló y se fue de allí lo más rápido que pudo. No quería pensar en lo que había ocurrido, una cosa era sentir que la observaban y otra notar que había alguien más en su casa. Quizá se estaba volviendo loca de trabajar tantas horas sin apenas descansar, en cuanto terminase aquel cuadro se tomaría un respiro, necesitaba unas vacaciones.

     La noche pasó muy deprisa, había logrado olvidarse de todo estando con sus amigas, se pusieron al día, bailaron, rieron y bebieron algunas copas de más. No estaba acostumbrada al alcohol, por lo que se sentía algo mareada. El taxi la dejó en el portal de su casa, abrió como pudo la puerta y fue hacia el dormitorio.
     Esa noche no se desmaquillaría, estaba demasiado cansada. Se deshizo de la falda y la camiseta y se quedó con la ropa interior. Se metió en la cama y se durmió en un segundo. 

     Llevaba un tiempo dormida cuando un fuerte ruido la sobresaltó, se incorporó y miró alrededor, todo estaba oscuro. Intentó agudizar los oídos, pero no escuchaba nada, quizá se lo había imaginado. Se levantó y fue hacia el baño, miró el reloj y vio que solo llevaba una hora dormida, apenas podía abrir los ojos, terminó y se fue hacia la habitación de nuevo. Cuando iba a meterse en la cama, tropezó con algo, miró al suelo y no vio nada, aunque estaba a oscuras, entraba algo de luz a través de la ventana.
     De nuevo sintió un cálida respiración cerca de su nuca, el pulso comenzó a acelerarse y lo hizo aún más cuando unos dedos acariciaron su espalda, asustada, se dio la vuelta y se apoyó en la pared. Estaba sola en aquella habitación, sin embargo, notaba que había alguien más allí aunque no pudiera verle. Se llevó la mano al pecho, parecía que se le iba a salir el corazón.

     ¿Se estaría volviendo loca? A lo mejor era un sueño o el alcohol le estaba jugando una mala pasada. Escuchó un susurro muy cerca de su oreja, a la vez que percibía unos labios besándole el cuello.
     —Soy yo Ivy, no tengas miedo —murmuró una voz masculina. 

     ¡¿Qué no tuviera miedo?! ¡Era la misma voz que en sus sueños! Y ahora estaba ahí, no en su mundo onírico. No podía moverse y aunque quisiera hacerlo se encontraba totalmente paralizada, tampoco ayudó sentir unas masculinas manos en su cintura. Eran suaves y estaban calientes, una de ellas ahora subía despacio hacia su pecho, mientras que la otra permanecía en la cadera.

     Comenzó a respirar cada vez más rápido, se preguntó qué ocurría. No había nadie delante de ella, esto era irreal, pensó en todas las veces que le dijeron que tenía demasiada imaginación, sin embargo esto era excesivo. Debía irse de allí, sacó fuerzas e intentó huir, pero un brusco empujón impidió que pudiera moverse. Ahora percibía el calor de un cuerpo desnudo y fuerte que la presionaba contra la pared. 

     —Tranquila, no voy a hacerte daño —murmuró la voz masculina cerca de su oído.
     El impacto al escucharle de nuevo fue inmenso, lo hacía más real, alguien al que no veía la estaba tocando y, además, le hablaba. Definitivamente, o estaba muy borracha o se había vuelto loca. 

     El nerviosismo se intensificó en su interior, ¿cómo no iba a tener miedo? Sentía las pulsaciones en las sienes, el temor de pensar que realmente estaba perdiendo la razón era cada vez mayor. Sin embargo, el toque de aquellos dedos invisibles, ardían sobre su cuerpo. Vio como ambos tirantes del sujetador resbalaban por sus hombros, percibió la misma y cálida sensación en el cuello. Alguien la estaba besando, no podía moverse y, ahora, dudaba si quería hacerlo. Le gustaba la sensación de aquellas manos sobre su piel, el contacto la quemaba.

     Por raro que fuera, sentía que la persona que tenía delante era la misma que le había estado protegiendo, la que su sexto sentido le decía durante todo ese tiempo que estaba ahí aunque no pudiera verlo. 

     Volvió a preguntarse si estaría soñando, tenía que ser eso y si era así no quería despertar, el deseo iba aumentando dentro de ella de tal forma que se empezó a olvidar del temor de aquella situación. Cerró los ojos y se dejó llevar, no tenía respuesta para lo que ocurría, sin embargo, esas caricias le estaba provocando una lujuria que no había experimentado antes, quería más. Sintió como acariciaba su pecho a través del encaje del sujetador, a la vez que mordía su cuello. Y, entonces, volvió a escuchar aquella misteriosa voz: 

     —Te deseo —susurró en un tono bajo y grave. 

     Le resultaba familiar, pero no solo por sus sueños. Abrió los ojos cada vez más desconcertada, aquella voz la atrajo con fuerza, no parecía dueña de sí misma sino de aquella extraña presencia. Despacio, levantó la mano, dudaba como tocarlo, no lo veía, pero se imaginó que estaría delante de ella.
     Asombrada, sus dedos palpaban una piel ardiente y tersa. Retiró la mano asustada. Definitivamente esto no podía ser real. Las manos de aquel hombre subieron a su cuello y la cogió de la nuca. 

     —Por favor, no me hagas daño — susurró Ivy.
     El deseo y el miedo revoloteaban en su interior.
     —No lo haré.

     Un beso demoledor la atrapó. Notó los gruesos labios y su lengua invadiendo su boca. Gimió y sin pensarlo más, tanteó al aire hasta encontrar su cuello, acarició su pelo, lo acercó y se dejó devorar por sus besos. Percibía el duro cuerpo de aquel hombre contra el suyo y la erección se apoyaba en su ombligo. Le escuchó gruñir excitado y sintió una de sus manos vagando por sus muslos llegando hasta sus bragas. Deslizó los dedos hasta su sexo y lo acarició. La humedad brotó entre sus piernas con el toque de aquel hombre. Le costaba respirar ya que seguía besándola con vigor. Metió uno de los dedos en su interior y creyó que moriría de satisfacción, comenzó a moverlos cada vez más rápido. Él la dejó respirar y lo único que pudo hacer fue jadear. 

     —Abre los ojos —le ordenó suavemente.

     Ella obedeció mientras que él la poseía con su mano, haciendo que sus piernas estuvieran cada vez más débiles por su contacto. La explosión de placer la sorprendió. Una tenue silueta de un hombre alto, fuerte y tremendamente atractivo se apareció ante ella por unos segundos. Apenas le distinguió, excepto aquellos intensos ojos grises que la miraron fijamente.

     —¿Quién eres? —preguntó ella entre gemidos.—Pronto lo sabrás.
    En ese momento, Ivy se desmayó.

     Se despertó en el suelo, medio desnuda, tenía un fuerte dolor de cabeza, pero recordaba aquellas caricias, esos salvajes besos que la volvieron loca. ¿Habría sido un sueño? El sonido del teléfono la asustó, se levantó como pudo y contestó. Era él, Michael. Al escucharle hablar y sin saber por qué, el calor se extendió dentro de ella. Su tono era pausado, sensual y varonil. Tenía curiosidad por verlo y debía reconocer que la figura que estaba pintando, era como se imaginaba a aquel hombre. Le dijo que ya no podía esperar más y, aunque todavía quedaban unos días, quería que le diera el cuadro. Todavía le quedaba retocarlo, pero a él no le importaba.

     Apenas tuvo tiempo de pensar en la noche anterior. Durante toda la mañana se centró en terminar los últimos retoques. Ya sabía de que color pintar los ojos de aquel hombre; grises. 

     Estaba sentada en el banco de un parque donde Michael le había indicado que se encontrarían. El nerviosismo y la inquietud eran cada vez más evidentes en su cuerpo, tenía curiosidad por conocerle.. El atardecer la envolvía, miró el pequeño sendero y entornó los ojos, una figura se acercaba hacia ella. Se quedó petrificada, los árboles, las hojas del otoño revoloteando por los pies de aquel hombre, la bufanda... Era imposible, pero estaba viendo la imagen de su cuadro. ¡Era él!

     Cuanto más se aproximaba más inquieta y asustada se sentía. La miraba fijamente, ahora sabía que es lo que estaba observando, nunca pensó que sería a ella. Ivy negó con la cabeza, esto debía tratarse de una coincidencia, él se detuvo tan cerca que invadía su espacio personal, no paraba de mirarla fija e intensamente con aquellos ojos grises, los mismos que había visto la noche pasada. 

     —¿Michael? —preguntó confusa.
     Él asintió.
     —Te he estado buscando durante mucho tiempo. Ivy se llevó la mano a la boca sorprendida.
     —Esa voz... tu... eres...
     —Por teléfono intenté cambiarla, no quería que me reconocieras tan pronto. ¿Estás asustada?
     —¿Debería? —contestó con voz temblorosa.
     —No, Ivy —pasó la mano por su mejilla.

     Ella dio un paso atrás, no podía evitar sentir temor por todo lo que estaba pasando, la confusión era enorme y su roce lo hacía todo más real. 

     —Me gustaría que fuéramos a algún sitio para poder hablar. ¿Te importaría? —le pidió él.
     Ivy se preguntaba si aceptar o no, pero tenía tantas preguntas, que intentó dejar a un lado el miedo y sacar el valor de donde fuera. Todo esto debía de tener una explicación. Mientras andaban ninguno de los dos hablaba, aunque él no dejaba de observarla, la tensión en su interior crecía cada vez más por su presencia y no ayudaba la química que fluía entre ambos. No paraba de pensar que la voz de sus sueños venía de aquel hombre y además era el mismo que había dibujado en el cuadro. Lo tenía claro, definitivamente estaba loca. 

     Entraron en la primera cafetería que vieron y se sentaron en una pequeña mesa apartada del resto, pidieron dos cafés. Era el momento de hacerle mil preguntas, pero no le salían las palabras, sobre todo porque no apartaba sus ojos de ella y no podía pensar con claridad. 

     —Por favor, deja de mirarme así.
     —Lo siento, pero no puedo creer que por fin estés delante de mí.
     Ella le miró perpleja.
     —Te entiendo, creo que yo tampoco puedo creer que alguien que estaba en mi cabeza esté sentado delante de mi tomando un café. 
     Michael sonrió levemente. Ivy pensó que era incluso más atractivo que en su imaginación.
     —Tendrás muchas preguntas.
Ella asintió. El camarero dejó ambas tazas y se fue.
     —¿Cómo ha ocurrido esto? No lo entiendo.
     —Llevo vagando mucho tiempo invisible para cualquier ser humano, buscando a alguien que me descubriera. Tú eres la única que ha logrado verme, tanto por fuera, como por dentro. Eres una de las pocas personas que ha podido ver cosas de nuestro mundo.
     —¿De vuestro mundo? —preguntó confusa.
     —Sí, Ivy, eres muy especial. El día que estabas soñando con aquella fuente y descubrí que me habías escuchado... Llevaba tiempo observándote, pero nunca pensé que podrías oírme, que serías tu quien podía liberarme.
     —¿Liberarte de qué?—Mi mundo es complicado, solo hay unas cuantas personas que pueden crear un puente entre ese lugar y este.
     —Entonces, ¿yo te he creado?
     —No, estaba atrapado, necesitaba que alguien pudiera verme y tú lo hiciste, pero para poder salir de allí, tenía que ser más fuerte y según ibas creando el dibujo, según ibas dándole forma, me hacía más poderoso para poder escapar, hasta que al final me has liberado.
     Él intentó acariciarle la mano que tenía en la mesa, pero Ivy se apartó suavemente. Su toque la desconcentraba, sentía un calambre cada vez que lo hacía, le atraía muchísimo y a la vez le temía con la misma intensidad. 

     —¿Eras tu quien me observabas? —Necesitaba saber más—. ¿Eras tu quien me salvó aquel día?
     —Sí.
     —Y ese puente del que hablas, ¿puede atravesarlo alguien más?
     —No, solo es entre tu y yo.
    —¿Por qué al principio solo te escuchaba? —preguntó confusa.
     —Cuanto más avanzabas con el cuadro, más real me convertía y podía aproximarme cada vez más a ti.
     —Pero, no entiendo nada, anoche...
     —Lo siento, no pude controlarme. Llevaba observándote demasiado tiempo y anhelaba tocarte. No te imaginas lo que te deseo...

     Sus ojos grises se clavaron en los de Ivy y deslizó lentamente la mirada hacia sus labios. El deseo era evidente, no sabía si ella era igual de transparente, pero el calor iba subiendo dentro de su cuerpo y su vientre se encogía con su escrutinio. Deseaba tocarle.

    —Me asustaste —susurró.—Me impacienté, no tenía que haber sido así, pensaba hacerlo de otra forma, pero te vi medio desnuda y... —cerró los ojos por un momento—. Sabía que sentías que estaba allí, noté tu excitación y no me pude controlar. ¿Te arrepientes de haberte dejado llevar?
    Yvy le miró y se sinceró. 

     —No —bebió un poco de café—. Todavía tengo demasiadas preguntas. ¿Y ahora qué?
     —Ahora, será lo que tu desees.
     Yvy sonrió. Tenía muy claro lo que deseaba.
     —¿Tienes dónde dormir?
     —Sabes que no.
     —Bueno, no, no lo sé. No tengo idea de que se supone que ocurre ahora que estás en mi mundo, o como tú lo llamas. 

     Todavía tenía cierto temor, sobre todo porque no sabía que pasaría, pero no podía dejarlo ir, quería que se quedase a su lado, quería seguir haciéndole preguntas. Antes de que pudiera arrepentirse, decidió llevarle a su casa, si pensaba demasiado en todo aquello no sería capaz de dejarle entrar en su vida.
     Michael se quedó de pie en el salón, mientras que ella iba de un lado para otro, sacando una manta, una almohada e indicándole que podía dormir en el sofá. Estaba tan nerviosa que no dejaba de hablar, le preguntó si tenía hambre y él negó con la cabeza, no podía estarse quieta, volvió a pasar por su lado y, entonces, él la agarró del brazo y la detuvo.

     Ivy notaba su presencia detrás de ella, ahora era real, no se atrevía a volverse y mirarle ya que estaba segura de que se daría cuenta de la atracción que sentía por él. La apretó contra su pecho y notó como la olía el pelo, subió lentamente los brazos, por sus hombros, acariciándola.
     —Ivy... —murmuró.
     —Espera, Michael —dijo apenas sin voz.
     —Si supieras lo que he esperado para tenerte entre mis brazos. Te veía todos los días, percibía tus miedos, tus alegrías, podía notar tu tristeza desde la distancia, pero no podía consolarte, no podía abrazarte como lo hago ahora —la estrechó más fuerte contra él—. No lograba acariciarte, besarte...
     Retiro el pelo de la nuca y posó los labios sobre su cuello, ella gimió.
     —Date la vuelta, entrégate a mí. 

     Ivy cerró los ojos, sabía que si volvía a besarle, cedería. No podría apartarle de su lado, pero es lo que quería, ella también le había buscado durante mucho tiempo. No quería pensar que estaba loca, y si lo estaba era una maravillosa locura, si era un sueño no quería despertar. Accedió y se dio la vuelta.
     Se miraron fijamente el uno al otro, él cogió su cara con ambas manos y la besó. Lento, suave, dulce. Ella le cogió del cuello y profundizó el beso, él gruñó y la unión se hizo más intensa, más pasional. Las respiraciones de ambos se agitaban hasta que Michael la cogió en brazos sin parar de besarla y la llevó al dormitorio. Ivy sintió que flotaba entre sus brazos, nunca creyó sentir algo tan fuerte por alguien, sabía que ya estaba perdida por esos ojos grises, por ese hombre que la protegería contra viento y marea. Unieron sus cuerpos, hicieron el amor y se dio cuenta que ya nunca volvería a ser la misma.

     Habían pasado tres meses desde que le conoció. Yvy se desperezó y se estiró en la cama, miró a su izquierda y no estaba a su lado, escuchó los cacharros de la cocina, estaba haciendo el desayuno. Se iba a levantar, pero él entró con una bandeja.

     —¿Qué he hecho para merecerme el desayuno en la cama? —preguntó sonriendo.
     —¿Quién ha dicho que sea el desayuno?Ivy levantó una ceja extrañada.
     —Entonces, ¿qué tienes ahí?
     Él se acercó a la cama, se sentó a su lado y dejó la bandeja sobre la colcha, había una tapa alargada ocultando algo. Ivy fue a abrirlo y él la paró.
     —No, no, antes debes darme un beso —le dijo con una seductora sonrisa.
     Ella lo hizo encantada, cuando le besaba no podía separarse de él. La agarró por el cuello profundizando más en su boca, tenía que pararle, estaba ansiosa por ver que había debajo de aquello.
     —En serio, ¿qué celebramos? —preguntó entusiasmada.
     —Feliz San Valentín. Le miró sorprendida, no se había dado cuenta que día era.
     —¡Oh, Dios mío! Yo no te he comprado nada.
     —No te preocupes, he aprovechado este día para dártelo, pero no tiene porque ser un día en concreto, prefiero sorprenderte en cualquier momento aunque no sea San Valentín. Ábrelo. 

     Ivy levantó despacio la tapa y se quedó sin palabras, un calor de emoción y amor se despertó en su pecho. No podía creer lo que estaba viendo; su flor favorita, la que solo existía en sus sueños. Era un ramillete de margaritas con los pétalos con los colores del arco iris. Cogió el ramo y las olió, le miró con los ojos vidriosos. 

     —¿Te gusta?—Me encantan, pero ¿cómo las has conseguido? Pensé que solo existían en mi mente.
     La acarició la mejilla.
     —Existen en el otro lado y has sido capaz de verlas. Tengo toda una vida para ir cumpliendo cada uno de tus sueños. Todas las cosas hermosas que han estado en tu imaginación yo te las traeré de mi mundo. Haré que nunca dejes de soñar, que cada día te ilusiones a mí lado.
     —Te quiero, Michael, tenerte a junto a mí es más que suficiente.
     —Yo también te quiero Ivy, por eso nunca dejaré que apagues esa magia tan poderosa que tienes dentro de ti, la que me trajo a ti, la que permitió crear un puente entre tú y yo y el que nunca permitiré que se rompa.

OBRA REGISTRADA EN SAFE CREATIVE CON EL Nº  1502103228262


 Este es el relato con el que participé con otras escritoras en la Antología "Besos de Cupido" que se puede adquirir gratuitamente en el link que dejo abajo, allí podréis leer el resto de relatos de mis compañeras.

SINOPSIS

Historias románticas, sensuales,  divertidas,  mágicas... Con el  día de San  Valentín como punto de partida,  cada autora dejará  su huella en los diferentes relatos que componen esta Antología.

Once autoras, once besos

Fanny Koma
 Mapi Romero
 Rose B Loren
Aitana Ever
Samanta Rose
Neus Trinidad
Lucia Herrero
Anele Callas
Kris L Jordan
Inna Gilles
Jessica Lozano

https://sites.google.com/site/besosdecupido/

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