Después de
aquel intenso momento que habían vivido, de nuevo estaban viendo la película.
Él agarraba su mano y, de vez en cuando, acariciaba sus dedos. De no haber sido
por el calor que seguía teniendo su cuerpo y porque todas sus terminaciones
nerviosas estaban en tensión, haciendo que se sintiera sensible y receptiva,
Tara habría pensado que nada de aquello había ocurrido.
La situación
no era muy cómoda. Ahora que ambos habían saciado sus instintos quedaba el
«después». No sabía ni su nombre, ni si se volverían a ver; y solo pensar que
no podría tocarlo de nuevo la angustiaba de una forma que no comprendía. Todo
lo que envolvía a este hombre hacía que se sintiera extraña, salvaje, confusa y
excitada. Demasiadas sensaciones juntas.
En la
pantallaapareció la palabra que en ese momento más temía: «Fin». No podía
evitar preguntarse si era también el «fin» de todo aquello. Tara decidió ser
ella quien pusiera punto y final a esa situación. Le soltó la
mano y se levantó para irse. Él la siguió. Percibía su arrolladora presencia en
su espalda.
Salieron
las parejas que quedaban y la soledad los rodeó a ambos en el pasillo del cine.
Tara vio el cartel de los aseos y pensó que los utilizaría como excusa para
escaparse de él:
—Bueno,
encantada. —Se dio la vuelta y le dio un rápido beso en la mejilla. No le dejó
decir nada más.
Sintió
de nuevo su mirada clavada en la espalda mientras se dirigía al baño. La puerta
se cerró y se acercó al lavabo. Se miró en el espejo, tenía las mejillas
rosadas, el pelo algo alborotado y los labios levemente hinchados. No sabía ni
su nombre y quizá nunca lo sabría. «Menuda locura», se dijo. Decidió que se lo
tomaría como una fantasía, no le daría más vueltas. Acercó las manos a la cara
para retirarse el cabello y el olor a él le atravesó el pecho. Se había quedado
impregnado en sus manos y Tara se las acercó al rostro e inhaló su aroma,
cerrando los ojos, como si así pudiera absorberlo más profundamente. Tan sexy y
masculino. Le hubiera gustado retener ese olor para siempre.